IN ECCLESIAE COMMUNIONE
Benedicto XVI ha servido a la
Iglesia como un humilde trabajador de la viña del Señor. Carta a los diocesanos con motivo de la renuncia de
Benedicto XVI a la sede de Pedro
EL CARDENAL ANTONIO MARIA ROUCO VARELA
Mis queridos hermanos y hermanas
en el Señor:
El
Papa Benedicto XVI acaba de anunciar su renuncia a la sede de Pedro, que
quedará vacante el 28 de este mes de Febrero a las 20 horas. Las breves
palabras que ha dirigido en el consistorio de los Sres. Cardenales, reunido
para tres próximas canonizaciones, expresan la responsabilidad con que toma
libremente esta grave decisión, asumida después de considerarla reiteradamente
en su conciencia ante el Señor. Su renuncia al ministerio petrino, como él
mismo dice, se debe al debilitamiento de sus propias fuerzas para poder llevar
adelante el supremo pastoreo de la Iglesia. En este sentido, su decisión es un
claro signo de humildad, de libertad en el Señor y de amor a la Iglesia, a la
que ha servido con entrega infatigable y generosa. Esta decisión del Santo
Padre está contemplada en las leyes de la Iglesia, que determinan que “la
renuncia sea libre y se manifieste formalmente” (CIC 332,2), como así ha
sucedido. Tampoco es necesario que sea aceptada por nadie (cf. 332,2), ya que
el Papa no está sometido a ninguna autoridad en el ejercicio de su ministerio
eclesial. En la historia de la Iglesia es bien conocido el caso del Papa
Celestino V (s. XIII), que renunció a la sede de Pedro y se retiró a la vida
monástica que había llevado antes de su elección. Benedicto XVI ha anunciado
que seguirá sirviendo de todo corazón a la Iglesia entregado a la oración.
El Papa Benedicto XVI ha servido a la Iglesia como un humilde
trabajador de la viña del Señor, que aceptó la suprema responsabilidad de
Pastor universal con obediencia a la voluntad del Señor que se le manifestó en
la elección del cónclave después de la muerte del beato Juan Pablo II. Durante
estos años como sucesor de Pedro ha iluminado a la Iglesia con un magisterio
claro y espléndido sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia en el
mundo de hoy: desde el primado de Dios en la sociedad hasta los aspectos más
esenciales y sencillos de la vida cristiana, entendida como vida en Cristo y en
su santidad. Ningún aspecto de la vida humana ha quedado al margen de su
corazón de Padre y Pastor de la Iglesia, preocupado por que el hombre pueda
llegar a Dios por medio de Cristo, único Redentor. Sus encíclicas sobre la
Caridad, la Esperanza y la convocatoria del Año de la Fe muestran su interés
por mantener a la Iglesia sobre el único fundamento que puede darle firmeza y
estabilidad en los avatares de este mundo: la relación estrecha, viva y directa
con Dios a través de la vida teologal.
España
tiene con este Papa una especial deuda de afecto y gratitud. Nos ha visitado en
el encuentro mundial de las familias en Valencia (2006); peregrinó a la tumba
del apóstol Santiago en Compostela y viajó a Barcelona para consagrar la
basílica de la Sagrada Familia de Gaudí (2010); finalmente, perdura aún vivo en
nuestro recuerdo su estancia de cuatro días en Madrid durante las Jornadas
mundiales de la juventud donde llevó adelante con toda generosidad un programa
intenso de actividades, encuentros y celebraciones que confirmó a los jóvenes
en la fe, les alentó en su vocación misionera y les animó a vivir la amistad
con Cristo como fundamento de toda su vida y quehacer cristianos. Como fruto de
aquella experiencia profundamente misionera, la Misión Madrid sigue viviendo de
su impulso apostólico y de su afán por llevar el evangelio a quienes no lo
conocen.
El
Papa sabe muy bien que la Iglesia está en manos del Sumo Pastor, Nuestro Señor
Jesucristo, que la guía con sabiduría hacia la meta final de la historia. Sabe
también que el Espíritu Santo dará a su Iglesia un sucesor de Pedro que, dócil
a sus inspiraciones, guiará a la Iglesia con la autoridad de Cristo, como él
mismo y sus predecesores más cercanos lo han hecho. Al retirarse, sin embargo,
nuestra gratitud se torna hacia él convertida en ardiente plegaria y en un
profundo afecto eclesial porque supo aceptar por amor la carga que el Señor
ponía sobre sus hombres cuando lo llamó a la sede de Pedro, del mismo modo que
por amor a la Iglesia deja humildemente en manos de Cristo y de su Espíritu las
riendas que otro tomará para confirmarnos en la fe y mantenernos unidos por el
vínculo de la caridad. Oremos, queridos diocesanos, por nuestro Papa Benedicto
XVI, para que el Señor le conforte y sostenga, le consuele e ilumine y haga
fecundos todos los trabajos, plegarias y sufrimientos en favor de su santa
Iglesia.
Con
todo afecto y con mi bendición,
+ Antonio Maria Cardenal Rouco Varela
CARDENAL-ARZOBISPO DE MADRID
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